lunes, 4 de octubre de 2010

Prólogo

El sábado 11 de septiembre a las 23.30 equivoqué un camino, caí por un barranco y quedé milagrosamente detenido en una cornisa de no más de medio metro de ancho, sostenido por un pequeño arbolito de un metro de altura. Para abajo y a los costados, 150 metros de vacío. Para arriba, una pared de más de tres metros de alto, inaccesible para trepar. El único pedazo de montaña que podía sostenerme lo hizo, una caricia de Dios en ese momento dramático.
Me encontraba compitiendo en la "Half Misión" una carrera de aventura de 80 kilómetros que recorría todo el Cerro Champaqui, en San Javier, Córdoba y estaba atorado en un lugar imposible de salir por mis propios medios. Sólo me quedaba rezar y aguardar la ayuda, sabiendo de la angustia que estarían sintiendo mis seres queridos al notar mi ausencia al final de la competencia.
Por 42 horas viví en ese lugar, moviéndome apenas lo necesario, con la fortuna de contar con alimentos, un hilito de agua, una manta de supervivencia y una fe absoluta en que me encontrarían. Siempre me sentí acompañado y ayudado por las infinitas cadenas de oraciones que mi familia, amigos y compañeros de trabajo habían coordinado.
Quiero agradecer el milagro de estar vivo y destacar la ayuda de todos los que colaboraron en mi rescate , particularmente policía y bomberos de San Javier , baqueanos y lugareños , el Banco Hipotecario en el cual trabajo y en especial mi mujer y amigos muy cercanos que estuvieron tan presentes cuando más los necesitaba. Y también a la prensa que ayudó a difundir la emergencia mostrando su costado más solidario.
En momentos difíciles, mantener el corazón caliente y la cabeza fría puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. Todos estamos sostenidos por hilos invisibles que vamos forjando a lo largo de nuestra vida. Hoy agradezco la generosidad de todos los que ayudaron a que haya vuelto a nacer.

Gracias a todos por tanto Amor recibido.

Cristián Gorbea Septiembre de 2010

Introducción

La carrera comenzó, puntual, a las 12:00 desde la Plaza de San Javier. Más de 300 participantes nos lanzamos hacia el norte, siguiendo a un vehículo de la organización que nos guiaba hasta el pie del Champaqui. Yo arranqué a la par del Jefe Tagle, un gran amigo con quien compartimos varias aventuras.
Mi plan era trotar lo más posible aprovechando el buen estado físico que tenía, tratando de mantener un ritmo parejo de marcha. Si bien ya había corrido numerosas carreras de aventura, de calle y triatlón, éste sería mi primer Ultra maratón de montaña. A lo largo del recorrido, pactado en un máximo de 24 horas, acumularíamos más de 3000 metros de desnivel en 80 kilómetros de recorrido.
Me sentía fuerte y confiado, así que avancé firme por más de una hora hasta que empezamos a subir la primer pendiente brusca, que luego de un par de kilómetros desembocó en un arroyo que bajaba caudaloso. Aproveché para cargar la cantimplora de agua fresca y pura. Recuerdo que una fotógrafa de la organización nos sacó varias fotos.

Cruzamos el arroyo con varios corredores y enfilamos para la parte más áspera hasta ese momento: un lomo de más de 500 metros de desnivel, la Cuesta de los Cerros. Ahí me crucé con Jimena, una corredora chilena que venía con su marido, y los tres subimos gran parte del cerro, siguiendo las marcas blancas del sendero.
La temperatura era agradable, el sol brillaba fuerte, y a pesar del ascenso no se notaba demasiado ni el viento ni el frío por lo que seguía corriendo solo con la pechera de la carrera, de mangas cortas. Bebía agua y comía alguna barra de cereales periódicamente. La vista hacia atrás era imponente, se veía hasta Villa Dolores y más allá. Para arriba, la cresta del cerro hacia donde apuntábamos.
Llegamos al Control con gran alegría de que terminara esa tremenda cuesta, de aquí en adelante era más bien en bajada hasta el Puesto 1 ubicado a 2300 metros sobre el nivel del mar. Allí llegamos con otro grupo de corredores y me tomé una coca bien fresca. Seguimos hasta el Puesto 2 que estaba unos pocos kilómetros más adelante. Pasamos rápido por allí, estaban jugando un partido de fútbol. Nos registramos y seguimos trotando y caminando hasta el Puesto 3. Ya estaba oscureciendo y yo quería llegar con luz de día.
Nuevamente nos juntamos unos cuantos corredores que íbamos al mismo paso y sorteando algunos arroyitos, retomando senderos y siguiendo las indicaciones, llegamos al Puesto "Tres Antenas" a las 19:30, justo antes del anochecer. Ese era el último puesto para abastecerse y descansar unos minutos.
Aprovecho para sacar la linterna frontal y abrigarme con todas las capas que tenía guardadas en la mochila, ya que se venía el frío. Me como una empanada, una coca y un alfajor. Me dolía la cabeza así que pregunto si alguien tiene algo y un corredor que era médico me ofrece algo para el dolor; se me pasa enseguida y bromeamos sobre lo bien que veníamos "marcamos 42°, me decía, ¡venimos fenómeno! Eso te sirve para que se te pase el dolor de cabeza ¿no?"
Luego de unos 15 minutos, salimos alrededor de seis corredores para encarar la trepada de 15 kilómetros por un ancho camino de tierra. Me encuentro con uno de mi categoría, de barba, junto con el médico, un rosarino y varios más con los que vamos charlando en una noche agradable y estrellada.
El camino serpentea varias veces, hay una bifurcación, ¿Para dónde tomar? Decidimos seguir para la derecha. Ahí me pongo a la par de un barilochense y nos despegamos del grupo. Cada vez que podemos le metemos un trotecito sobre todo en las bajadas.
El camino, luego de casi tres horas de marcha, caracolea y nos deja frente a una pick up estacionada con todas las luces prendidas. Señala la cumbre, que debíamos hacer siguiendo un sendero bastante difícil. Luego de unos 45 minutos logramos llegar al puesto de control, marcamos y bajamos.
Bueno, me dije, a partir de acá, vamos para abajo, venimos bien, había marcado 32° en la cumbre y me sentía fuerte, así que solo restaba meterle un poco de pata y terminar. Bajo solo el caracol, porque el barilochense se había quedado un poco atrás, me cruzo con un control paramédico que me dio la indicación de salir del camino, encontrar el sendero y guiarme por las luces de Villa Dolores, que brillaban hacia el oeste.
Iban casi doce horas de carrera y le calculaba unas dos o tres adicionales para terminarla.
Ahí tomé varias decisiones equivocadas


La Caída

Encontré la primera luz química a unos 200 metros, pero en lugar de doblar ligeramente a la derecha, seguí derecho, hacia las luces del pueblo. El sendero pronto se perdió, sin embargo yo seguía para adelante y para abajo, confundido por las linternas frontales de otros corredores que yo veía abajo y a mi derecha. Supuse que le había pifiado al sendero principal, pero podía encontrar el camino hacia la Cuesta de las Cabras, la bajada obligada hacia la meta.
Desconociendo cualquier básica precaución en un cerro de noche, imaginé que podía tomar un atajo; gran error estando solo. La linterna frontal iluminaba apenas unos 5 o 10 metros a lo sumo.
El terreno comenzó a ponerse muy abrupto, la pendiente cada vez se hacía más escabrosa, hasta que de repente y sin previo aviso…pierdo sustento y me patino hacia abajo. La caída dura un instante, una eternidad. Caigo de pie sobre algo sólido, me flexiono por el golpe y mi rodilla se clava en mi ojo derecho.
La linterna frontal se apaga y quedo en la más absoluta oscuridad y silencio. No veo absolutamente nada, estoy encogido, con la mochila puesta, ligeramente de espaldas. Manoteo para un costado y no toco nada. Me acomodo como puedo en ese lugar, con la certeza de que estaba en un lugar difícil y no debía moverme. Sentí una voz interna, supongo la que se debe activar ante situaciones de emergencia "Quédate quieto, no te muevas, esto es peligroso"
No sabía dónde estaba, había perdido las pilas de la linterna con el golpe, todavía faltaban horas para que amaneciera. Creía que estaba sangrando del ojo; sentía un golpe fuerte; me saco los guantes y me toco a ver si notaba sangre, pero estaba seco.
Con mucho cuidado me saco la mochila, la pongo a un costado, muy cerca de mí. La abro y busco a tientas la manta de supervivencia. Iba a pasar la noche allí .Ya estaba sintiendo el frío y debía abrigarme.
Sin duda, con las primeras luces del día iba a descubrir una salida segura. Por ahora, debía quedarme quieto y abrigado. Saco la manta y envuelvo con cuidado mi cuerpo. La manta es de papel aluminio, plegable y cuando se extiende sobre el cuerpo ayuda a conservar el calor.
Logro fijar un lugar seguro, casi en posición fetal, acomodándome al escaso lugar que tenía para pasar una larga noche.
Sentía la pared de la montaña a mis espaldas, un pequeño tronco de árbol de unos 3 cms de espesor, firme a un costado, trabando mi pierna. Asimismo algo que parecía la raíz de la planta y tierra húmeda donde estaba recostado.
Escuché con atención y oí un hilito de agua cayendo cerca. Por lo demás, todo era silencio y oscuridad. No sentí miedo, tan solo una conciencia muy alta sobre lo que tenía que hacer para sobrevivir y pasar la noche sin empeorar la situación, que ya de por sí, era muy mala. Básicamente….no debía moverme y debía aguardar la luz del día.
Todavía tenía agua en la cantimplora así que con cuidado tomé varios sorbos. La noche era fría, sin luna, muy oscura, se veían algunas estrellas brillando encima. De las luces de la ciudad, nada.

Una boca de lobo. Cada tanto soplaba el viento, que bajaba la temperatura. Eran ráfagas cortas que arrancaban soplando desde abajo, moviendo la vegetación y enseguida llegaban a mi posición, que estaba a unos 2200 metros sobre el nivel del mar.
Temblaba permanentemente de frío, particularmente las piernas, que estaban abrigadas solo por una calza larga y la manta. En el torso tenía 5 capas, incluyendo un micro polar y la chaqueta rompe vientos.
Cada tanto cambiaba de posición ya que las piernas se me agarrotaban; pero no tenía muchas posiciones alternativas. la que más "cómoda" sentía era una en la que estaba relativamente sentado , ligeramente acostado , encogido en posición fetal , girado hacia la izquierda y con la cabeza apoyada en mi mochila, contra la pared de la montaña.
Así pasaron los minutos, interminables. Veía la hora…las 2:15, trataba de dormir, me movía de posición, me volvía a arropar con la manta… miraba nuevamente el reloj... ¡y eran las 2:17!
Sólo habían pasado dos minutos. Cada tanto podía dormir pero me despertaba el castañeteo de los dientes por el frío.
Mi mente empezó a jugarme trampas."Si hubieras seguido el sendero correcto, no estabas acá…ya estabas terminando la carrera, a punto de darte una ducha" "¿Por qué no doblaste donde debías"? "¿Por qué estás acá?"
Ahí me di cuenta que si quería salir con vida, había una sola cosa que era importante hacer en ese momento: ACEPTAR EL MOMENTO PRESENTE, SEA COMO SEA.
Lo único cierto era que yo estaba ahí, no había doblado en el sendero, no había tomado el camino correcto. Estaba ahí, luchando por mi vida. Si quería salir de allí, tenía que aceptarlo plenamente. Estaba en otra carrera, la carrera para salir con vida de allí. Y dependía más de mi cabeza ahora que de mi cuerpo.
Dejé de pensar en "lo que debía haber sucedido" y me concentré en lo que realmente estaba pasando. Recordé la charla de Parrado, sobreviviente de los Andes, a la que había asistido hace unos años .Me sirvió de inspiración. Si ellos habían sobrevivido 72 noches a veinte grados bajo cero, cómo podía yo sentir frío en donde estaba? Sabía que no podía morir de frío, la temperatura bajaría hasta los 0° como mucho, no es una temperatura para morir…a lo sumo pasaría frío, sí, pero no me moriría.
Pasaron las horas, dormité un poco, me imaginaba a los corredores llegando a la meta, terminando la carrera. Empezó a clarear a eso de las 7:00, la noche oscura dio paso a un leve celeste que se fue abriendo de a poco. A medida que empezaba a amanecer, yo veía el contorno de la montaña enfrente de mí y a mí alrededor.

El Nido

No podía creer donde había caído. A las 8 me doy cuenta que estoy atrapado en una repisa de no más de 50 cms de ancho, con la pierna enganchada a ese arbolito de un metro de altura. Frente a mí y a los costados un vacío de 150 metros; paredes verticales de piedra que se sumergen en un frondoso bosque abajo. Milagrosamente me había detenido en el único lugar posible para frenar una caída libre hacia una muerte segura. Un nido milagroso que me serviría de refugio.

Una sensación de espanto y pánico me invade: si hubiera caído un metro para la izquierda o un metro para la derecha, me mataba. Así de contundente. Sin dudas, nada hubiera detenido la caída.
Se me estruja el corazón pensando en Claudia, mi esposa y mis hijos Belén y Santiago. Agradezco a Dios y con mucho cuidado me levanto de la posición. Agarrándome del arbolito, puedo sostenerme en la repisa y caminar hacia mi derecha, en donde a tres metros aprox. se forma un pequeño triángulo de tierra y piedra de no más de un metro cuadrado contra un recodo que ofrece la montaña. De allí proviene el ruido de agua y es la única salida posible de esa trampa.
Con extrema atención me dirijo hacia allí, casi arrastrándome por la repisa y con cuidado de no patinar en el terreno húmedo llego al recodo y veo una posible salida hacia arriba, ya que hacia abajo estaba la caída casi vertical.
Evalúo cómo subir y los riesgos que implica. El terreno estaba húmedo por el hilito de agua, se había formado musgo, la pared hacia arriba tenía una inclinación de unos 60 grados y no había dónde agarrarse. Era prácticamente lisa, con algunos pequeños pliegues, no mayores a unos cinco o diez centímetros.
Intento subir por unos pequeños escaloncitos que se formaban en la parte de abajo para ganar algo de altura y tomar alguna saliente con mis manos, pero es imposible; todo está demasiado lejos y demasiado empinado, Miro para atrás y veo el vacío. No puedo seguir. No es la mejor opción tratar de salir de esta manera. Vuelvo a mi posición anterior con mucho cuidado y tomo la decisión de no salir por mis propios medios, Me iba a quedar esperando a que me rescaten. La situación ya era mala. No quería empeorarla.
De ahora en más, dependo de otros para mi rescate y de mí para mi supervivencia. Sabía asimismo que ese día, el domingo, no vendrían por mí. La carrera terminaba a las 12:00 y hasta que hicieran el recuento de abandonos y perdidos, se haría de noche. Me preparé mentalmente para aguantar todo lo que fuera necesario.
Tomé nota de mis alimentos: por suerte tenía cuatro barras de cereales, varios geles, chocolates, alfajores, barras proteicas. Bien racionado tenía para varios días, de ser necesario. A mi derecha, la pequeña vertiente de agua, esencial para mi supervivencia.
Tenía pilas de repuesto, por lo que reparé mi linterna. Me serviría para hacer luces y avisar mi posición.
Debía armarme una rutina para llenar las horas. Cada 10 minutos, tocaba el silbato de emergencia y gritaba auxilio. Me hidrataba frecuentemente y me obligaba a comer, ya que no tenía hambre pero no quería debilitarme.
Cada tanto iba a llenar la cantimplora al hilito de agua, eso era una pequeña aventura ya que debía atravesar esos metros por la repisa, caminando con extremo cuidado. Llenar la cantimplora me llevaba no menos de veinte minutos ya que las gotas eran mínimas, pero se llenaba! Y además, ocupaba mi tiempo.
Sentía el ruido de un avión y un helicóptero que pasaban por el cerro, seguramente buscándome. Pero pasaban lejos, muy difícil que me vieran.
Cada tanto miraba la quebrada que se abría majestuosa frente a mí y no podía dejar de admirarla. Al fondo y abajo, el viento jugaba con los pastizales y hacía extrañas figuras. Varias veces me pareció divisar vacas pastando, dos personas quietas y varios árboles que tomaban extrañas formas: uno era Jesús colgado de la cruz y otro parecía un gran hombre sentado en extraña posición.

Estaba alucinando fruto del cansancio y la falta de sueño.
No solo alucinaba visualmente sino que escuchaba conversaciones en susurros, En algunos momentos estaba seguro que arriba y a mi derecha había dos personas hablando, seguramente del equipo de rescate, eran claramente un hombre y una mujer. Pero en instantes la conversación se transformaba en viento o en algún insecto que volaba por allí.
Me imaginaba que para esa hora, las 16:00 ya mi mujer debía haber llamado al hotel al no encontrarme y la organización debía haber empezado las primeras tareas de rescate.
Continué gritando auxilio y haciendo sonar el silbato toda la tarde. Mi mayor angustia era que mi mujer e hijos no sabían que estaba vivo, ileso, y seguramente temían lo peor.
Si uno no es creyente, se vuelve rápidamente. En mi caso, siempre he tenido fe y eso me ayudó a sobrellevar las horas. Pedía mucho. Pedía que me encontraran, pedía que llevaran tranquilidad a mis seres queridos. Todo el tiempo pedía y rezaba. Pedía a mis padres, que ya no están, a Dios, a mis ángeles….la verdad que no dejé a nadie sin pedir.
Lentamente se fue apagando el sol, la temperatura empezó a descender y me dispuse a pasar la segunda noche. A eso de las 20:00 ya era noche cerrada. Acomodé la manta de supervivencia, que para esa altura ya estaba bastante rota, me puse en la posición fetal y cerré los ojos. Cada tanto los abría para ver si divisaba alguna luz en la quebrada. Pero todo estaba oscuro.
No creí que podría dormir ahí, sin embargo la segunda noche fue distinta, tal vez el cansancio extremo, la tensión acumulada, me hicieron cerrar los ojos y dormir de a horas. Recuerdo haber soñado constantemente con gente. Gente que estaba alrededor mío, en la repisa, que me ayudaba, gente que hablaba entre sí, yo no los veía en el sueño pero los sentía cerca de mí. Cada tanto me despertaba y cuando cerraba los ojos volvía al sueño de las personas. Veía mucho movimiento y mucha gente ayudando a que me encontraran.
Nunca me sentí solo allí arriba.
En plena madrugada me despierto por unos tremendos relámpagos que veo en dirección oeste, para el lado de San Luis. Una gran tormenta eléctrica que sacudía todo el horizonte .Las luces iluminaban cada tanto el cielo oscuro y aunque estaba lejos no podía dejar de pensar que la lluvia hubiera empeorado más la situación...
Hubo tres cosas a las que tenía miedo que sucedieran:
La primera y más inmediata, que la repisa cediera. Cuán firme era? Aguantaría mi peso? Yo sentía tierra compactada…habría piedra por debajo de esa saliente? Se la veía firme, pero quería estar seguro. Con cuidado tomé un palo y lo clavé en la tierra en varios lugares hasta dar con algo sólido: piedra. Se ve que esa milagrosa saliente (en la que debo haber sido el único ser humano en la historia en "vivir" allí) era firme, una pequeña deformidad de la roca que me sirvió de refugio.
Mi segundo temor, menor, era que hubiera alguna alimaña o serpiente que viviera por ahí. Con cuidado me puse a husmear en las pequeñas cuevitas que había en la pared de la montaña, a ver si me topaba con un par de ojos! Pensaba que era improbable, ya que si tenían que salir a cazar para comer, no era el lugar más cómodo para vivir. No había duda, era el único ser vivo en esa pared….salvo por los pájaros que se posaban en ramas cercanas. A más de uno le pedí que fuera a avisar dónde estaba.
El tercer temor, más concreto, era la lluvia. Si bien la venía llevando bien hasta ese momento, una lluvia hubiera sido muy mala para mantener mi temperatura corporal en niveles razonables. No tenía refugio, salvo el que me proveía la manta. Pero mojado sería otra cosa. En la segunda noche, mientras miraba la furiosa tormenta eléctrica que se descargaba en San Luis, recurrí a mi poder mental para ahuyentar fantasmas. Recordé que un corredor de 68 años, en la inscripción, me había dicho que el Champa tiene un raro mineral que es el que genera el microclima en la zona. Me aseguré mentalmente de que esto era así y que seguramente este milagroso mineral ahuyentaría la tormenta para otro lado.
La verdad que no sé si lo que acabo de mencionar es cierto; lo que sé es que me sirvió para no generar un nivel adicional de innecesario stress. Lo que menos necesitamos en situaciones de emergencia es gastar energía pensando en "lo que podría pasar si..." ya es bastante grave lo que está sucediendo para generarnos más niveles de innecesaria preocupación.
No sé si fue por los "minerales mágicos", por la suerte o por qué, pero esa noche no llovió en el cerro. Se mantuvo seco aunque frío.
La mañana se mostró nublada, más fría que el día anterior. Nubes bajas oscurecían el sol. Aproveché para darme el gran gusto matinal y saqué chocolate para el desayuno. Lo abrí con cuidado, lo partí en dos y lo saboreé un rato largo. Los pequeños placeres de la vida, sobredimensionados por el lugar en que me hallaba.
¿Saldría hoy? ¿Me rescatarían? Ojala que sí, aunque no quería desesperarme y sabía que podría demorar unos días más. Estaba colocado en una posición en que solo me verían desde un cierto ángulo, desde abajo mío, no desde arriba. Tal vez podían escuchar mis gritos y el silbato, pero solo podrían ubicarme desde un preciso lugar por debajo mío, en el valle.
Continué con mi rutina de buscar agua, estirar las piernas cada tanto, moverme (un poquito) y esperar el rescate. Lamentablemente, a las 12:00 una nube baja comenzó a tapar toda la quebrada, avanzando lentamente hasta donde me encontraba. Esa nube espesa, baja, densa, me dejó una visión limitada de 10 metros a lo sumo. Bueno, habría que esperar. Tal vez no era hoy.
Continúo con mi rutina de pedir auxilio, silbato y me alimento cada tanto de barras de cereal y alfajor, aunque sin hambre. Pasa gran parte de la tarde, dormito un poco, le sigo pidiendo a Dios que me saque de ahí por favor.
Lo que antes eran ruegos "mudos" o sea, para mis adentros, comienzo a exteriorizarlo, gritándole "¡sacame de acá, por favor"! "¡quiero salir"! … Y créase o no, a eso de las 16:00 comienza a desaparecer la nube baja, sale un rayito de sol y a los 20 minutos se despeja completamente la sierra, dejándome ver un inmenso cielo azul.
Saldría hoy?
A eso de las 17:00 pasa el helicóptero y yo continúo con mi rutina de pedir auxilio. En eso, siento un "¿DONDE ESTAS"? en lo profundo de la quebrada. Miro para abajo y diviso una persona… Sería una alucinación? No, porque noto que se mueve. Le grito "ACA ESTOY"… me dice "NO TE VEO…MOVETE, HACEME SEÑAS"…
Prendo la linterna y comienzo a hacerle señas con el brazo. Me grita "YA ESTA, YA TE VI, SUBO A BUSCARTE"…
¡Qué alivio...! hoy saldría, ya me habían visto… lloré como un chico, me habían encontrado! Mis rezos y los de mis seres queridos habían sido escuchados...
Le demoró una hora llegar desde el valle hasta arriba de donde estaba, el único lugar posible para intentar un rescate. Se llamaba Gabriel, era baqueano de la zona y al llegar arriba y asegurarse de que estaba sano, me dijo algo que no olvidaré mientras viva. : "Quédate tranquilo, me quedo con vos mientras vienen los rescatistas con la soga, aunque tengamos que pasar la noche acá, no te abandono"…
No nos podíamos ver, yo estaba abajo, él arriba. Nos escuchábamos, conversamos largos esa hora hasta que llegaron los rescatistas. junto con Peco su compañero.
Me incorporé hacia mi derecha, tomé la mochila, levanté todos los papelitos, la manta térmica y me fui con cuidado hacia el punto de rescate.
Vi caer la soga, me la até a la cintura con doble nudo y comencé a trepar con la ayuda de los cuatro rescatistas. Apenas subí vi uno con traje naranja que me tomó del brazo y me ayudó a subir. La trepada era más larga de lo que veía desde abajo, serían unos diez o quince metros de pared muy inclinada.
Me emocioné al llegar arriba, los abracé y lagrimeando les dije un GRACIAS, así de grande. Me sorprendí gratamente cuando vi que ellos también lagrimeaban…"es que estamos felices de haberte rescatado"…me dijeron.
El sol ya se ponía en el oeste, hasta donde alcanzaba la vista, todo era sierra y valle verde profundo. La adrenalina se mezclaba con la alegría de saber que me habían rescatado y que volvería pronto a ver a los míos. Solo quedaba un gran descenso de dos horas por la Cuesta de las Cabras, aquel sendero que perdí en la noche del sábado. Bajaba con ellos, respirando el aire puro de la sierra, acompañado por seres increíbles que me buscaron día y noche.
Estaba feliz. Estaba vivo. Había nacido de vuelta.

La bienvenida
Al llegar a la Base de Operaciones en la Hostería La Constancia me encuentro con mis grandes amigos Alberto Beúnza y Jefe Tagle que habían estado coordinando el rescate , colaborando con todos .Nos abrazamos moqueando ; ninguno quiere despegarse. Con Ricardo Gastón, gerente de seguridad del BH, Carlos López, que trabaja conmigo hace años, Victor Mosconi y Ariel Rodríguez que habían salido desde la sucursal Córdoba a colaborar con las tareas de rescate a pedido de Fernando Rubin, mi jefe en el banco Un periodista de Cadena 3 con una gran sonrisa me hace una nota; viene el Gurí con el Negro Acosta, felices del rescate. Luis, el dueño de la Hostería me ofrece una sopa caliente. Aparece mi esposa, nos abrazamos eternamente, con lágrimas en los ojos. La odisea había terminado para ella y mis hijos y eso me ponía muy contento. La policía y bomberos aguardan afuera. Salgo a abrazarlos a todos. Varios lagrimean. Me acercan un celular: el ministro de seguridad de Córdoba quiere hablar conmigo. Florencia Gorchs y Esteban me abrazan y se ríen, llorando. Todo es una fiesta. Recién ahí alcanzo a comprender la magnitud de la noticia. Hablo con mis hijos por teléfono, los beso, los abrazo, una fiesta a la distancia. Mi gran amigo Andrés Lacko, aparece. Otro que se había venido de Buenos Aires a estar más cerca del milagro. Hablo con mis suegros, que estuvieron pendientes todo el tiempo y atentos a tener buenas noticias.
Infinitas gracias a todos , a mis grandes amigos del grupo EDA que no dudaron en ayudar como sea , varios venían en auto para Córdoba al momento de enterarse del rescate ; al banco hipotecario que puso todo a disposición , a mis amigos del PAT con quienes entreno , a los foristas de el kilometro que me alentaban , a bomberos rescatistas y policías , a todo el pueblo de San Javier y Yacanto y sobre todo a Gabriel y Peco que me encontraron , colgado de mi nido , y me devolvieron a la vida.


¿Para qué pasó todo esto?

Tengo el resto de mi nueva vida para descubrirlo. Tal vez para darme cuenta de la red invisible que nos sostiene a todos. Para vislumbrar el Amor con A mayúscula que siempre está dentro y cerca nuestro. Para morir y renacer. Para asistir a mi propio funeral y mi propio nacimiento. Para darme cuenta de lo fuerte que son las sogas que nos atan a este mundo, a nuestra familia, amigos y seres queridos. Para dar fe de la amistad y la generosidad de todos. Para dar prueba del milagro, como me transmitieron con sus miradas los pobladores de San Javier que me recibieron con lágrimas en los ojos y cariño en los abrazos, el lunes a la noche…"Vuelva, señor….no se lleve una mala impresión…éste es un gran pueblo… "
Ya lo creo que sí! Ya lo creo que volveré…
Es un verdadero milagro que esté vivo, es cierto…¿pero no lo es acaso que todos lo estemos...?